Tipos de tricomas en cannabis: ¿cómo reconocerlos y qué función cumplen?
Cuando observamos una planta de cannabis con detenimiento, hay un detalle que suele atrapar la mirada: esa especie de diminutos cristales que recubren las flores y que, al reflejar la luz, parecen una capa brillante y pegajosa. Esos puntitos microscópicos son los tricomas. Quizá los hayas escuchado nombrar como “la resina” o “el polvillo” que luego da vida a extractos y concentrados, pero en realidad su historia es mucho más interesante. En este artículo veremos todos los secretos naturales que ocultan estas diminutas pero potentes estructuras en las plantas. ¿Qué son los tricomas y dónde aparecen en el cannabis? Los tricomas son extensiones microscópicas de la piel de la planta, como si fueran pequeños pelitos que crecen desde la epidermis. Andre et al. (2016) los describen como prolongaciones epidérmicas que pueden ser de dos tipos: glandulares y no glandulares. La diferencia está en que los primeros producen y almacenan compuestos químicos de gran interés, mientras que los segundos funcionan más como una barrera física. Cuándo hablamos del cáñamo y otros tipos de planta de cannabis, lo más llamativo son los tricomas glandulares, porque en ellos se concentra la producción de cannabinoides y terpenos, es decir, las sustancias responsables de los efectos y aromas que hacen a esta planta tan especial. Los tricomas glandulares: los que concentran la resina Dentro del mundo de los tricomas glandulares encontramos varias formas. Durante años, se habló de tres grandes tipos: bulbosos, capitados-sésiles y capitados-pedunculados. Andre et al. (2016) retomaron esta clasificación clásica y la mostraron como la base para entender cómo se distribuyen. Tricomas bulbosos Son los más pequeños y discretos. Apenas miden unas decenas de micras y suelen pasar desapercibidos al ojo humano, incluso con lupa. Se encuentran incrustados en la epidermis, casi sin sobresalir, y su capacidad de producir resina es limitada. Podrías imaginarlos como las primeras defensas microscópicas, presentes en muchas superficies de la planta pero sin un aporte significativo en la concentración de cannabinoides. Aun así, forman parte del paisaje general de tricomas y cumplen su papel en la protección básica. Tricomas capitados-sésiles Estos tricomas tienen una cabeza globosa asentada directamente sobre la epidermis o con un pedúnculo muy corto, casi imperceptible. Andre et al. (2016) explican que en sus cabezas también se acumula resina rica en cannabinoides, aunque en menor cantidad que en los pedunculados. Visualmente son un poco más notorios que los bulbosos, pero todavía pequeños. Tricomas capitados-pedunculados Son los tricomas más grandes y vistosos, con un pedúnculo bien definido que sostiene una cabeza globosa llena de resina. Cuando observas fotos de cannabis cubierto de una capa brillante, la mayor parte de esa “escarcha” son pedunculados. Andre et al. (2016) señalaron que concentran la mayor cantidad de THCA, mientras que Tanney et al. (2021) demostraron que en flores maduras tienen entre 12 y 16 células encargadas de secretar componentes, lo que les da una capacidad productiva superior a los otros tipos. Estos tricomas son los verdaderos responsables de la potencia y el perfil aromático de la flor. Lo que revela la ciencia más reciente sobre los tricomas glandulares Con el paso del tiempo, la ciencia ha revisado esta clasificación. Tanney et al. (2021) demostraron que lo que antes se llamaba “tricoma sésil” en flores en realidad podía ser un estado previo de un pedunculado. Descubrieron que los sésiles verdaderos en hojas tienen exactamente ocho células en el disco secretor, mientras que los pedunculados maduros en flores poseen entre doce y dieciséis. Los que parecían sésiles en flores inmaduras no son un tipo distinto, sino precursores de los tricomas que más producen cannabinoides. Esta observación es clave porque no solo corrige la clasificación, sino que también permite entender mejor la madurez de la planta y la capacidad biosintética de cada tricoma. Al final, los pedunculados en flor son los que más resina producen y, por tanto, los más buscados cuando se quiere maximizar la calidad del cannabis. Los tricomas no glandulares Aunque los tricomas glandulares acaparan la atención, no son los únicos que existen en las plantas. También están los tricomas no glandulares, que cumplen funciones muy distintas. Andre et al. (2016) los describen como estructuras que no producen ni almacenan resina, sino que sirven de defensa mecánica. Entre ellos se encuentran los unicelulares, que son simples prolongaciones, y los cistolíticos, que suelen contener depósitos de carbonato de calcio y resultan más rígidos. Estos tricomas actúan como una barrera contra insectos, dificultan que algunos animales se alimenten de la planta y ayudan a reducir la pérdida de agua. Aunque no influyen en la potencia ni en el aroma del cannabis, son igual de importantes desde el punto de vista de la supervivencia vegetal. El interior del tricoma: qué ocurre en la cavidad resinosa Una de las cosas más sorprendentes de los tricomas glandulares es lo que ocurre dentro de esa pequeña burbuja transparente que ves en la flor. Imagina que ahí dentro la planta tiene un mini laboratorio natural. En ese espacio se van mezclando y acumulando los compuestos más valiosos: los cannabinoides, como el THCA o el CBDA, y los terpenos que le dan aroma. Las células que rodean la cabeza del tricoma se encargan de fabricar esas sustancias y luego las van liberando hacia la cavidad interna, donde quedan atrapadas como una resina pegajosa. A medida que la flor madura, esa resina va cambiando de aspecto: primero se ve transparente, luego adquiere un tono lechoso y finalmente se vuelve ámbar. Para el ojo entrenado, esos cambios son como un reloj natural que marca el momento justo para cosechar. Los colores como señales de maduración Seguro has oído que los tricomas se miran con lupa para saber cuándo cosechar. Esa práctica tiene respaldo científico. Tanto Andre et al. (2016) como Tanney et al. (2021) describieron cómo el contenido de la cavidad pasa de transparente en etapas tempranas, a lechoso cuando está en el punto de máxima secreción, y finalmente a ámbar o marrón cuando comienza a envejecer. Para el cultivador, estos colores son señales muy claras: cosechar